martes, 5 de mayo de 2015

La Triste Historia del Pascola Cenobio.


Del libro “El Diosero” de Francisco Rojas González.

La historia habla de un indio humilde que se dispuso a trabajar para un blanco. Esto le ocasionó enormes problemas de popularidad, muchos indios lo empezaron a insultar constantemente cada vez más, y sin embargo el indio nunca dijo nada en respuesta. En un momento un comentario de otro indio le colma la paciencia y suelta una estocada, encajó su navaja en el pecho del ofensor (aunque suene contradictorio). Inmediatamente es aprehendido por las autoridades locales y llevado a procesar. La condena resulta ser el mismo crimen que cometió el acusado, y estaba por ser muerto cuando la nueva viuda reclamó algo que estaba en su derecho. Si un hombre mataba a otro hombre casado, la viuda tenía el derecho de reclamar casarse con el hombre asesino...y así lo decidió hacer.

La Plaza de Xoxocotla.


Del libro “El Diosero” de Francisco Rojas González.
El relato comienza cuando el señor Luterio se encuentra con 2 jóvenes y les cuenta como se hizo la plaza de Xoxocotla. La historia de la plaza data de cuando Don Luterio era delegado municipal y un día mientras el candidato a la Presidencia de la República estaba de gira se les descompuso el carro así que se detuvieron ahí en Xoxocotla.

El candidato se acercó a Luterio preguntándole sobre que necesitaba el pueblo, a lo que éste respondió que la plaza debería tener mejoras para no estar tan triste, una escuela, mejor servicio de agua y una buena maestra. A las peticiones el candidato dijo que sí e incluso le hizo promesa. Don Luterio por las experiencias que antiguos políticos le habían dejado no le creyó, a Don Eleuterio, el candidato, lo tomo a broma e incluso le hizo gestos burlones.
Pero cual habrá sido su sorpresa cuando al año llegó Tirso Moya un muchachito del pueblo y le dijo “Ándele, Tata Luterio, qui‘hay lo busca el Presidente”,  Don Eleuterio como no lo creía después de mucho rato lo fue a buscar al pueblo, al verlo se dio cuenta, por su forma de pararse que ya lo habían ascendido a Presidente de la República, se acercó de inmediato a éste que estaba rodeado de niños y pues en honor a que había regresado al pueblo pidió una última cosa que en la plaza se le hiciera un monumento para honrar a quién cumplió sus promesas.

 

Los Diez Responsos.


Del libro “El Diosero” de Francisco Rojas González.
Este texto nos narra de manera breve un relato que hace referencia a la muerte de un hombre de campo llamado “Placido Santiago”.

Fue un lunes por la tarde, su cuerpo fue en encontrado por varias personas que regresaban al pueblo de penales, venían de hacer tianguis en Ixmiquilapan, el estaba tirado en medio de la calle con una expresión de horror, a su costado estaba su perro “jolín” que cuidaba su cuerpo y pertenencias fielmente. El grupo de personas se dispusieron a llevarlo al pueblo pero antes de esto una anciana realizó una especie de costumbre del pueblo que trata de mojarse los dedos índice y pulgar, con ellos acariciar los lóbulos de las orejas de muerto, entre los varones se dividieron las pertenencias para cargar, mientras el resto comentaba que había sido atropellado por un carro mientras otros decían que por una camioneta, pero todos concluyeron que desde que los automóviles tienen acceso ya no pueden andar tranquilos ni en sus propias tierras.
Una vez trepado el cuerpo en el burro todos empezaron su recorrido,  al llegar su esposa “Trenidá” recibió su cuerpo sin lágrimas pero se notaba que el dolor se le atoraba en la garganta y en el pecho sin dejarla hablar, en seguida comenzó a hacer arreglos para recibirlo como se acostumbra en el pueblo, con unas ramas de huizache barrio la tierra de la choza, luego roció las cuatro paredes con agua bendita, después machaco en el metate unos terrones de cal y con el polvo dibujo en medio del piso una cruz ancha y larga, sobre ella colocaron el cuerpo modificando su postura de manera correcta y para terminar coloco en su pecho una imagen de la virgen de la merced.

Para entonces ya habían llegado más personas, algunos encajaron en la tierra una vela de estearina tan delgada como el dedo meñique, otro regó con flores de zempoalxochitl todo el pavimento, una mujer dejo a los pies de difunto un manojo de retama que lleno el ambiente con su olor, alguien más inicio el rezo que poco a poco se transformó en rumor, mientras tanto, el tío Roque Higuera informo que había mandado a llamar al cura de Ixmiquilpan para que rezara los ”Diez responsos” en beneficio del alma de Placido. Paso la tarde, la noche y a altas horas de la noche el pulque había apaciguado el dolor de todos, y de entre las voces se escuchó el grito de dolor de “Trenidá” que dejaba salir su pena, momentos después llego el ataúd y enseguida los compadres metieron el cuerpo en él y así dejaron que “Trenidá” le diera el último adiós a su marido, a la llegada del cura en un carro “Ford” todos se echaron de rodillas, el cura asperjó bendiciones, el cura apresuró la ceremonia mencionado que tenía prisa y más trabajo, al terminar los diez responsos, el tío Roque le pidió que le rezara un 11, el cura protestó pero al escuchar que podían contratar al otro cura lo hizo aunque de mala gana, el tío le dio un billete de cinco pesos, enseguida se retiró el ataúd, todos salieron tras de él excepto “Trenidá” que se encontraba comiendo frijoles, el cura al ver esto se sorprendió y dio a entender que parecía que su pérdida no le había dolido a lo que ella contesto “Mi marido con la ayuda de sus santos responsos ya está gozando de Dios, él se llevó mi corazón hasta el jollo; naiden podrá ocupar su lugarcito... pero no por eso debo dejar que se aceden los frijoles”, así sin decir palabra el cura se retiró, “Trenidá” con lágrimas en las mejillas continuo comiendo a sus pies echado su perro esperando su turno.

El Diosero.


Del libro “El Diosero” de Francisco Rojas González.
Este es un cuento que comienza con la descripción de un lugar llamado Puná, que según esto se ubicada en la selva. Hace mención del señor caríbal de Puná que también es conocido como el Kai-Lan, el lacandón (que es un individuo que habita en la zona de Chiapas o Guatemala, también conocido como el señor de la selva). Habla de una persona que está de visita en este lugar, está hablando con el lacandón y con algunos otros monosabios; están en la “champa” (casucha vieja) con sus “kikas” (esposas): Jova, Jacinta y Nachak´in.

Frente a la champa se alza el templo que solo tiene un barranca techada, que solo cuenta con un muro; junto al templo la parcela de maíz cultivada cuidadosamente.
El clima es húmedo. Kai-Lan muestra alguna inquietud; voltea hacia la selva, hincha su nariz en un husmear de bestia carnívora; se pone de pie y sale lentamente. Interroga a las nubes, después recoge una varita, mira el sol y hace reconocer el resultado de la observación, y dice “viene agua, mucha agua”. De repente se me ha puesto de pie aquel viajero y se dispone a salir, cuando gotas enormes lo detienen, Kai-Lan sonríe al ver su cumplido. La champa se sacude con violencia, y el viajero sobrecogido ante el espectáculo que por primera vez presencio. “¿Qué buscas en este lugar?-interroga el viejo lacandón. Y el viajero le contesta cortante: “Me va a platicar cosas de ustedes los “caribes”. “¿y a ti que te importa?” dice el lacandón.

Después el joven se dio cuenta de que nadie habla en la “champa” se respira un aire de pavor. El lacandón habla con sus esposas, Jova va hacia el fondo y remueve un montón de arcilla seca, Kai-Lan provisto de un gran calabozo, sale a la tormenta y regresa empapado. Ahora voltea sobre la arcilla el agua que ha traído en el calabozo. El agua y la arcilla han hecho un barro y hasta que éste se pone chicloso el hombrecillo lo comienza a amasar, luego entra al templo. Luego retorna a la “champa”, y Kai-Lan, echando el barro a moldear un nuevo incensario, un dios lucido y potente. Él se ha puesto en pie, bate las manos al aire y el lacandón lo había deshecho, esa obra casi terminada. Kai-Lan se ha dado cuenta del peligro, bajo el techo de su templo observa inquieto el amigo del rio.
Kai-Lan emprende la tarea de nuevo, y ante ellos el dios ha brotado de nuevo de esas magias manos. Las manos pequeñitas de Kai-Lan toman fragmentos de lodo, bolean esferas, amoldan Cilindros y bailan sobre la forma insipiente hasta que al final moldea un cuadrúpedo fabuloso.

 De pronto viniendo de allá de la milpa, se escuchan voces. Es Kai-Lan. Jacinta y Jova atienden en el acto al llamado, el lacandón sostiene una tea, las mujeres se debaten entre el barro en pelea furiosa contra el agua ya que ha rebasado el pequeño bordo que continuo. Kai-Lan deja la tea sostenida entre dos piedras y hacia la choza del templo. Cuando estaba a punto de marcharse se da cuenta que la lluvia está cesando, en eso Kai-Lan sale del templo y lanza un grito de júbilo. El visitante se retira, pasando a regalar un peine y un espejo a las mujeres de lacandón, y luego el lacandón le obsequia un pernil de sarahuato que se escapó de la chamusquina. Salió hacia el caribal el caballero de Pancho Viejo y Kai-Lan lo acompaña, cuando estuvieron frente al templo comenta: “No hay en toda la selva uno como Kai-Lan para hacer dioses… ¿Verdad que salió bueno? Mató a la tormenta……” Ve, en la pelea perdió su bonita cola de quetzal y la dejó en el cielo. y en efecto, prendido a la copa, el arco iris resplandece…

Nuestra Señora de Nequetejé


Del libro “El Diosero” de Francisco Rojas González.
Se trata de una expedición al pueblo de Nequetejé para aplicar un test a los indígenas de ese lugar; en esa expedición iba una psicoanalista la cual llevaba con ella un álbum con reproducciones de obras maestras de pintores famosos. Por ejemplo: el Napoleón de David y la Gioconda de Leonardo Da Vinci.

Cuando llegaron al pueblo de Nequetejé y los indígenas vieron la obra de Leonardo Da Vinci “La Gioconda”, con una admiración que no podría ser descrita; así pasaron día a día y pues ya había acabado su test al mismo tiempo en que comentaban los aldeanos que la Gioconda era la más bonita de todas.
La psicoanalista llego a la conclusión de que el test de la pintura alcanzó el complejo colectivo; uno de los integrantes de la expedición, ya estando en México, visitó a la psicoanalista para conocer sus conclusiones alcanzadas en el test sobre la pintura, cerciorándose de que los resultados de la prueba confirmaban que los indios admiraban de la forma y gustaban del color al tiempo que le enseñaban las excelencias de la composición y no advertían el fondo del concepto creador ni comparaban la serenidad de la Gioconda con los rostros de indios y muchos detalles más parecidos a ellos y para confirmarlo le dijo a la psicoanalista que buscara en el álbum la reproducción de la Gioconda y buscó una y otra vez en el álbum y no la encontró.

Un año después se tuvo la necesidad de verificar ciertos informes para publicar el fruto de las investigaciones y para esto, regreso al pueblo de Nequetejé en donde le dieron albergue en la capilla, al hacer sus actividades diarias y al encontrarse con algunos aldeanos, estos la amenazaron de muerte pues sabían a lo que venía (a llevarse la reproducción de la Gioconda); al día siguiente se ofició una misa donde asistió con gran sorpresa vio en el recuadro principal de la capilla donde la habían convertido en una deidad para seguir venerándola con mucha devoción.
Concluyendo que la obra maestra de Leonardo Da Vinci (La Gioconda) ilustró el alma en los indios de México.

 

 

 

La Venganza de Carlo Magno


Del libro “El Diosero” de Francisco Rojas González.
En la víspera de día de Reyes en Chalma danzaron muchas compañías de danzantes, eran los otomíes de Meztitlán que ejecutaban al son de tamboriles y pitos de carrizo “Los Tocotines”; “La Mariposa y la Flor” con el inconfundible sonido de violines y arpas; entre alaridos escalofriantes y guaracheo rotundo; entre otras danzas más.
Ya que atardeció, cuando el crepúsculo mostraba su majestuosidad en los cielos, estaban en escena los mazahualas de Atlacomulco danzando “Moros con cristianos”.
Al finalizar dicha danza, Carlos Mango se desprendió de sus ropas quedando así un viejo de nombre Tanilo Santos.
Cuando todos estaban alrededor de la fogata un hombre se le acercó para invitarle de beber. Estando afuera, el hombre trató de preguntarle cuál era la razón por la que él estaba allí, al principio no le quiso decir, pero aquel hombre le daba más de beber hasta que termino por contarle aquella historia.
Tanilo Santos le dijo que estaban en ese lugar para pedirle al señor de Chalma el milagro de curar a don Donato Becerra. Pues se metió en la política y un día una persona se le acercó y le pidió unos centavos, al momento de sacarlos le dieron unos machetazos. Y vinieron a pedirle al señor de Chalma que lo dejara con vida aunque sea por unos cuantos meses (Alfredo 1.1 2009).
 
 

El Cenzontle y la Vereda


Del libro “El Diosero” de Francisco Rojas González.
Fue entre los chinantecos esos indios pequeñitos, reservados y encantadoramente descorteses, fue en Ixtlán de Juárez en lo que llaman el Nudo de Cempoaltépetl. Escogimos Yólox como el sitio ideal para instalar nuestro laboratorio de antropología. En torno de Yólox todos los viernes bajan los indios dispuestos a jugar en el “tianguis” su doble caracterización de compradores y vendedores, en un comercio de trueque animado y pintoresco: sal, por granos; piezas de caza por retazos de manta; yerbas medicinales a cambio de “rayas” de suela para huaraches…
Ahí posesionados de la escuelita abandonada, dispusimos nuestro aparato técnico. La primera semana iba pasando entre nuestra inquietud y las protestas de los europeos que formaban parte de la expedición, pedían proceder a punta de bayoneta si era necesario, puesto que los chinantecos no se dejaban estudiar. Los mexicanos temblamos sólo al pensar lo que eso significaría con los levantiscos chinantecos.
Después de lograr analizar el primer caso (báscula, pruebas sanguíneas y metabolismo basal) y notar mayor comprensión y hasta simpatía para nosotros, las cosas se complicaron gravemente con un hecho insólito, con algo nunca escrito en los anales centenarios de Yólox ¡Había pasado un avión!. El pasmo entre los indios fue terrible, cuando el visitante ingrato se perdió entre las nubes y la distancia, los indios acosados por el terror vinieron a nosotros. Entonces el local resultó insuficiente, -es un aparato que vuela- dije -, el intérprete aunque incrédulo repitió mis palabras. –No nos creas tan dialtiro…A poco crees que semos tus babosos. Incrédulos salieron del laboratorio, algunos, especialmente las mujeres lo hicieron en forma violenta, otros con ojos rencorosos. Solo quedó frente a nosotros una familia, triste, enferma y acongojada. Era una familia de tres miembros. El diagnóstico resultaba fácil entre los evidentes síntomas: todos eran presas del paludismo, pero para nosotros, más que enfermos, aquellos miserables, eran sujetos de estudio, ante su asombro los estudiamos.
Cuando hubimos satisfecho todos los complicados cuestionarios, los dejamos descansar, luego les di un frasco de quinina en comprimidos (para aliviar el remordimiento del engaño). Cuando la familia de palúdicos pasó por la plazuela, la gente abrió valla temerosa de contaminarse, más que del paludismo, de aquello que hubieran podido adquirir del trato con nosotros.
Mis compañeros los europeos se desesperaban, así que decidí ir a hablar con el viejo intérprete, el único con una influencia determinante entre los suyos. Lo encontré en su choza con una actitud soberbia, defensiva, cáustica; tuvo para mí frases cortantes. Yo hable mucho pero al finalizar dijo: -Ellos, mi gente, se han dado cuenta… y antes de permitir que lo que ustedes traen entre manos se cumpla, les ponemos dos horas para que abandonen el pueblo (los indígenas pensaban que los estudios que les querían hacer era para engordarlos y llevarlos como comida del animal que había pasado por los cielos, el avión).
No esperamos el lucero, salimos bajo el cobijo de las tinieblas. Al amanecer a la vuelta de una vereda nos encontramos a la familia enferma, -¿Qué hay muchachos, les probaron las medicinas?-. El hombrecito, por toda respuesta, separó el cuello de su camisa para mostrarnos un collar de comprimidos de quinina bermejos y brillantes, la mujer hizo lo mismo, igual que la muchacha –El mal ya no se nos acerca, le tiene miedo al sartal de piedras milagrosas.
A partir de aquel instante, ya nadie habló de la ingratitud de los indios, hubo sí, imprecaciones e insultos para aquellos hombres y aquellos sistemas que al aherrojar los puños y engrillar las piernas, chafan los cerebros, mellan los entendimientos y anulan las voluntades, con más saña, con más coraje, que el paludismo, que la tuberculosis… Y los pinos, el cenzontle y la vereda aprobaron a una.
 
 

Hiculi Hualula


Del libro “El Diosero” de Francisco Rojas González.
El relato nos habla de un investigador que se encuentra en un pueblito llamado Tezompan donde en un funeral se da cuenta de que ahí hay un secreto que nadie quiere revelar, cuando a un llamado "tío" lo culpan por la muerte de uno de los habitantes de Tezompan. Éste al preguntar y no obtener respuesta alguna se empieza a obsesionar más sobre el tema, ya que según esto el “tío” denominado Hiculi Hualula sólo podría ser pronunciado por el más viejo de los habitantes del pueblo.

Al estar indagando se da cuenta que el “tío” es nombrado así porque se cree que es el hermano del “tata Dios” y que éste es malo cuando le da muerte a un persona, claro esto por la falta de respeto que tienen hacia él; y es considerado bueno dándoles salud, buenas cosechas, etc.
El investigador acude primero con una señora quien le dice que en el momento de nombrar al “tío” cae un hechizo el cual sólo desaparece con la llegada de la luna nueva. Al sólo haber obtenido esta información va con el maestro del pueblo Mateo, quien no le dice nada; tiempo después éste asiste a su casa y le lleva un cacho del “tío” para que lo lleve a laboratorios y lo examinen.

Éste lo manda por correo con uno de sus colegas. Pronto se encuentra con que el maestro se hallaba muy grave de salud ya que había recibido una paliza. Según él por los sobrinos del “tío”. Llegando a México se da cuenta que su paquete nunca llegó, así que contacta a su colega y éste le pide que no le vuelva a enviar algo así ya que casi le resulta fatal, después trata de contactar al maestro sin recibir respuesta de él al igual que al cura.

El investigador empieza a tener alucinaciones sobre el “tío”, y esto le trae consigo una fuerte enfermedad donde sólo puede decir que el ”tío” fue el causante, ya que el tío no perdona…

 

 

Las vacas de Quiviquinta.


Del libro “El Diosero” de Francisco Rojas González.

El breve texto nos relata la vida que se llevaba en un pueblecito denominado Quiviquinta, que, según el tiempo al que alude el relato eran épocas en las que sufrían hambre absolutamente todos los seres habitantes de este pueblo (vacas, perros –en general todo tipo de animales- y las personas que ahí vivían desde pequeños hasta ya gente muy vieja). En este lugar tenían muy poco de comer, los cultivos no florecían, no había que hacer, puesto que a no haber maíz no había nixtamal y por supuesto tampoco tortillas y menos dinero y trabajo para poder subsistir, lo pero era: el tiempo de sequía se avecinaba.
Este relato nos presenta como personajes principales a una pareja con su pequeña hija: Esteban Luna y Martina, quienes, como todos en Quiviquinta no tenían dinero y solo comían cebada; alimento que los ancianos de ese lugar consideraban como una no comida de cristianos, porque según es fría y no digna. Esteban Luna se mortificaba puesto que conforme pasara el tiempo se acabaría la poca comida de la que se mantenían y con esto las semillas por que las sequias continuaban; fue por esto que Esteban decide irse a otro lado a buscar trabajo: Acaponeta o a Tuxpan, se lo hizo saber a su esposa quien replica que qué harían sin él ella y su hija. Más tarde un amigo, Evaristo Rocha, llegó a su casa y le hizo saber a Esteban no había trabajo en ningún lugar vecino.

Llego el día del tianguis en Quiviquinta y Esteban y Martina fueron más que nada porque era una costumbre ir todos los jueves. El mercado estaba solitario, miserable y los precios por los cielos. La pareja solo contaba con una gallina, que planeaban vender; una persona se acercó preguntando el precio asombrándose de que Esteban pidió por ella la cantidad de 4 pesos. Después las personas que se encontraban en el tianguis pudieron escuchar el motor de un coche (un automóvil en Quiviquinta era cosa demasiado rara) abordo venían 2 jóvenes, una pareja, y echaron un vistazo al pueblo. La pequeña de Martina tenía hambre, ella se levantó la blusa y comenzó a amamantarla. La pareja la observó e inmediatamente le ofrecieron trabajo como nodriza de su hijo ofreciendo 65 pesos, Martina acepta (aunque Esteban estaba en desacuerdo) y se va con ellos.


 

 

 

Los Novios


Del libro “El Diosero” de Francisco Rojas González.
Él era de Bachajon venía de una familia de alfareros, había aprendido a manejar el barro, el padre Juan Lucas (indio tzeltal), se adueñó del secreto de su hijo, que le había cachado cantando una tonadita tristona y fue ahí cuando le dijo a su hijo, ese pájaro quiere tuna. Ella también era de Bachajon, y día a día iba por agua al riachuelo y pasaba frente a él portalillo de Juan Lucas.

Una mañana chocaron las dos miradas sin haber ninguna reacción, sin embargo desde entonces ella acortaba sus pasos al pasar frente a la casa de Juan Lucas, por su parte el hijo de Juan Lucas detenía sus actividades y la miraba fijamente hasta que se perdía entre el follaje que bordea el rio.
Juan un día siguió la mirada de su hijo y vio que el fin de esta era aquella muchacha, poniendo en marcha su obligación como padre, que era ir con el “prencipal” y pidiéndole que fuera a pedir a la muchacha, cargados de presentes fueron en busca del padre de la joven y dándole a la joven los presentes ella los rechazo, la segunda vez también le llevaron presentes y de la misma manera los rechaza, haciendo que aquellos hombres regresen de nuevo a casa con sus presentes.

La tercera y última vez ellos llevan regalos más finos como un huipil, un enredo de lana, artes, gargantilla de alambre y una argolla nupcial, presentes del novio a la novia. Se habla de las fechas, padrinos etc. todos los preparativos para el gran evento nupcial, como es costumbre un día antes la novia junto a su madre y vecinas cercanas preparan las tortillas y el mole negro para la celebración. Al estar ahí frente a frente se miran por primera vez a corta distancia. La joven sonríe y él se pone grave y baja la cabeza, el “prencipal” se pone al centro, la madre de la joven riega pétalos de rosa sobre el piso, la pareja se arrodilla humildemente a los pies del “prencipal”, y el mismo les habla de los derechos como hombre y de sumisiones para la mujer, ordenes de él y acatamientos que debe haber por parte de ella. Los hace que se tomen las manos y reza con ellos.
Como es costumbre la nueva desposada se pone ante el suegro y besa sus plantas, él la levanta y la lleva ante su hijo, la madre de la nueva desposada va frente al hijo de Juan y le dice- Es tu mujer –dice con solemnidad al yerno- cuando gustes la podrás llevar a tu casa para que te caliente el tepexco. El sale lentamente y siguiéndolo sale la joven de manera alegre por ser el día más feliz de su vida, según como lo marcan todas las mujeres.

 

La Tona


Del libro “El Diosero” de Francisco Rojas González.
Crisanta, india muy joven, bajaba la colina con una buena carga de leña, a cada paso que daba, la carga se hacía más pesada, daba unos cuantos respiros puesto que su vientre preñado se encontraba, su respiración y su agitación no la hicieron aguantar más, así que buscando las riberas y acercándose a estas, soltó su bulto de leña y como lo hacen todas las Zoques sin excepción, remango su falda arriba de la cintura sentando se en una posición de cuclillas y las piernas abiertas, dio un profundo respiro y derramando lagrimas del dolor encajo sus dedos en la tierra con gran fiereza, la sed también la torturaba, se acercó al río a beber un poco de agua pero era tal su desesperación y sus convulsiones que rodando en la arena fue hallada por su marido. Este la llevo a su jacal para ayudarle cargándola delicadamente sobre el petate, con altivez su marido fue en busca de Altagracia que ayudo a muchas mujeres del pueblo en estos asuntos.

 Altagracia llega al jacal del marido Simón, comenzó una especie de ritual encendiendo ocote, pronunciando el credo al revés y masajeando la barriga de Crisanta. Altagracia demuestra su experiencia vivida con las tantas mujeres que había ayudado a parir indicándole a la adolecida lo que tenía que hacer con sus piernas, pujar lo más que pudiera cuando sintiera dolor, los esfuerzos iban siendo más enclenques y los estragos que sufría eran incontenibles, llego un punto donde Crisanta ya no daba esfuerzo alguno, la partera le daba ánimos y ganas para que saliera adelante, hasta que se dieron cuenta de que el niño venia de nalgas, hicieron un estilo de columpio desde el techo del jacal para ayudarla a sacar el engendro, Crisanta cayó en desmayo, Altagracia mando a Simón a que comprara chiles secos y tostarlos para que la mujer desmayada tosiera.

En la carrera que había tomado simón a comprar lo pedido, se encontró con su amigo Trinidad Pérez, al enterarse de la situación le dijo que fuera mejor por el doctor cerca de ahí, cuando llegó con él, muy somnoliento tomó pinzas y todo el equipo que necesitaría para el parto, Simón le indicó donde podría encontrar el jacal y el doctor tomando su bicicleta se fue de prisa. Cuando Simón llego vio a su esposa tranquilizada con una manta cubriéndola, con voz muy débil le dijo –Hicimos un machito- Simón se encontraba muy contento con su nuevo progenitor, en instantes él fue al fogón y tomo unos puñados de la ceniza sobrante colocándolos en un costalito y con este rodeará la casa, en la mañana el primer animal que haya dejado sus huellas en las cenizas será el Tona del niño, que será el que lo cuidará y será su amigo hasta que muera.

 EL doctor cuidó del niño por un rato más y Simón le pide que sea su padrino de bautizo, cuando él con gusto aceptó. En la misa asistieron muchas personas, cuando el médico le pregunta a Simón que cuál era el nombre que le pondría a su ahijado, él le respondió que Damián porque así lo indica el calendario de la iglesia y Bicicleta como su Tona por que las cenizas así lo dijeron.

 (Samuel 1.1 2009)