Del libro “El Diosero” de
Francisco Rojas González.
Este texto nos narra de
manera breve un relato que hace referencia a la muerte de un hombre de campo
llamado “Placido Santiago”.
Fue un lunes por la tarde,
su cuerpo fue en encontrado por varias personas que regresaban al pueblo de
penales, venían de hacer tianguis en Ixmiquilapan, el estaba tirado en medio de
la calle con una expresión de horror, a su costado estaba su perro “jolín” que
cuidaba su cuerpo y pertenencias fielmente. El grupo de personas se dispusieron
a llevarlo al pueblo pero antes de esto una anciana realizó una especie de
costumbre del pueblo que trata de mojarse los dedos índice y pulgar, con ellos
acariciar los lóbulos de las orejas de muerto, entre los varones se dividieron
las pertenencias para cargar, mientras el resto comentaba que había sido
atropellado por un carro mientras otros decían que por una camioneta, pero
todos concluyeron que desde que los automóviles tienen acceso ya no pueden
andar tranquilos ni en sus propias tierras.
Una vez trepado el cuerpo en
el burro todos empezaron su recorrido, al llegar su esposa “Trenidá” recibió su
cuerpo sin lágrimas pero se notaba que el dolor se le atoraba en la garganta y
en el pecho sin dejarla hablar, en seguida comenzó a hacer arreglos para
recibirlo como se acostumbra en el pueblo, con unas ramas de huizache barrio la
tierra de la choza, luego roció las cuatro paredes con agua bendita, después
machaco en el metate unos terrones de cal y con el polvo dibujo en medio del
piso una cruz ancha y larga, sobre ella colocaron el cuerpo modificando su
postura de manera correcta y para terminar coloco en su pecho una imagen de la
virgen de la merced.
Para entonces ya habían
llegado más personas, algunos encajaron en la tierra una vela de estearina tan
delgada como el dedo meñique, otro regó con flores de zempoalxochitl todo el
pavimento, una mujer dejo a los pies de difunto un manojo de retama que lleno
el ambiente con su olor, alguien más inicio el rezo que poco a poco se
transformó en rumor, mientras tanto, el tío Roque Higuera informo que había
mandado a llamar al cura de Ixmiquilpan para que rezara los ”Diez responsos” en
beneficio del alma de Placido. Paso la tarde, la noche y a altas horas de la
noche el pulque había apaciguado el dolor de todos, y de entre las voces se
escuchó el grito de dolor de “Trenidá” que dejaba salir su pena, momentos
después llego el ataúd y enseguida los compadres metieron el cuerpo en él y así
dejaron que “Trenidá” le diera el último adiós a su marido, a la llegada del
cura en un carro “Ford” todos se echaron de rodillas, el cura asperjó
bendiciones, el cura apresuró la ceremonia mencionado que tenía prisa y más
trabajo, al terminar los diez responsos, el tío Roque le pidió que le rezara un
11, el cura protestó pero al escuchar que podían contratar al otro cura lo hizo
aunque de mala gana, el tío le dio un billete de cinco pesos, enseguida se
retiró el ataúd, todos salieron tras de él excepto “Trenidá” que se encontraba
comiendo frijoles, el cura al ver esto se sorprendió y dio a entender que
parecía que su pérdida no le había dolido a lo que ella contesto “Mi marido con
la ayuda de sus santos responsos ya está gozando de Dios, él se llevó mi
corazón hasta el jollo; naiden podrá ocupar su lugarcito... pero no por eso
debo dejar que se aceden los frijoles”, así sin decir palabra el cura se retiró,
“Trenidá” con lágrimas en las mejillas continuo comiendo a sus pies echado su
perro esperando su turno.
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